15:38:53 Sábado, 20 Abril

Como acontece con el resto de las Islas Canarias, la historia antigua de Lanzarote está cubierta por un velo de mito y de misterio. Se sabe que griegos y romanos conocían su existencia pero aún no hay evidencia de que pusieran pie en ellas. Aún así, Platón creía que estas islas eran los restos del continente perdido de la Atlántida. Otros las llamaban las “Islas Afortunadas”, situadas en el borde del mundo conocido y donde sus gentes no conocían los pesares.

Tras la caída del Imperio Romano, Europa olvidó las islas durante casi 1000 años, hasta que una serie de marinos mediterráneos volvió a encontrarlas a comienzos del siglo XIV.

Se piensa que el nombre de Lanzarote hace mención al marinero genovés Lanzarotto (o Lancelotto) Malocello, que arribó a la isla a comienzos de ese siglo. Tras extenderse la noticia de su descubrimiento, fue invadida varias veces por portugueses y castellanos que buscaban riquezas y gloria, trayendo de vuelta a sus reinos esclavos aborígenes.

Tuvo lugar un gran número de expediciones a Canarias con el paso de los años, pero la conquista final comenzó a principio del siglo XV de mano del explorador normando Juan de Bethencourt. Tras numerosos conflictos, la menguante población de sus habitantes (llamados majos) terminó rindiéndose.

En realidad, la conquista de esta isla, así como la de Fuerteventura, La Gomera y El Hierro, fue una pobre hazaña, ya que las enfermedades introducidas por los europeos años antes durante la trata de esclavos ya habían diezmado a las pequeñas poblaciones aborígenes.

A comienzos de la conquista castellana, cada isla siguió el curso de su propia historia. Mientras que las de mayor envergadura, como Gran Canaria y Tenerife, ofrecieron una tenaz resistencia (llevó a las tropas invasoras casi un siglo de luchas antes de que se rindieran a la Corona de Castilla), el proceso de exploración y colonización de Lanzarote se iba asentando. Desde temprano se construyeron las primeras iglesias y los majos sobrevivientes fueron obligados a convertirse al cristianismo.